El vínculo matrimonial entre hombre y mujer fue elevado por Dios a la categoría de Sacramento, un gran misterio que refleja en ellos el amor de Cristo por su Iglesia
Para preparar la ceremonia os pueden servir estos dos archivos
Parroquia Santa María del Buen Consejo
Comunidad católica en la avd. Navarrondán de San Sebastían de los Reyes
El vínculo matrimonial entre hombre y mujer fue elevado por Dios a la categoría de Sacramento, un gran misterio que refleja en ellos el amor de Cristo por su Iglesia
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Pongamos que un chico llamado Luis se siente atraído por una mujer llamada Ana. Él le propone ir juntos al cine, ella acepta, se lo pasan bien. Unas pocas noches después él le invita a ir a cenar, y de nuevo están a gusto. Siguen viéndose regularmente, y un tiempo después ninguno de ellos ve a ningún otro. Entonces, una noche cuando van hacia casa, un pensamiento se le ocurre a Ana y, sin pensarlo realmente, dice:
– ¿Te das cuenta de que justo hoy hace seis meses que nos vemos?
Continuar leyendo «De hombres y mujeres»Compartimos un poema de Marío Benedetti
Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro
tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero
y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola
te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Algunas veces usamos expresiones sin ser conscientes de todo lo que significa usarlas. Algunas palabras pueden herir más que algunas acciones, y otras veces son palabras que expresan un pensamiento que no es exactamente lo que queremos ser, a veces son sólo el resultado de una incesante charla mental que deforma la realidad de la pareja.
¿Alguna vez te has bloqueado en frases como estas?
Oh, Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo,
inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir, cómo debo decirlo,
lo que debo callar, cómo debo actuar,
lo que debo hacer para gloria de Dios,
bien de las almas y mi propia santificación.
Espíritu Santo, dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia al hablar.
Dame acierto al empezar,
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Amén.
Jean card. Vernier (1864-1940) – completando una oración de S. Tomás de Aquino
Sé que el título es equívoco, porque no quiero hablaros de una evolución sociológica de una institución. Quiero hablaros de otro «génesis», del primer libro de la Biblia. Pero no quiero hablar de una obra literaria, sino de una obra literaria que ha sido leída como «escritura sagrada», y esto no porque la escribieran los ángeles – la escribieron y reescribieron hombre, basándose en historias que contaban abuelos y abuelas – sino porque la leyeron hombres que vieron reflejadas en sus páginas lo más sagrado de la vida humana, algo que está dentro de todos nosotros y que ellos definieron como «imagen de Dios» (Gen 1,27)
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