Tres personas distintas, y un solo Dios verdadero
«El Padre no es el Hijo, y el Hijo no es el Padre, y el Espíritu Santo, llamado Don de Dios, no es ni el Padre ni el Hijo, luego son ciertamente tres … Sin embargo, cuando se nos pregunta qué son estos tres, tenemos que reconocer la indigencia extremada de nuestro lenguaje. Decimos tres personas para no guardar silencio, no para decir lo que es la Trinidad».
(San Agustín, La Trinidad 5, 10)
Hay una leyenda medieval que imagina a San Agustín reflexionando sobre qué es la Trinidad y cómo puede Dios ser Uno y al mismo tiempo ser tres. Es como si en matemáticas escribiéramos «3=1″. Mientras pensaba estas cosas San Agustín se encuentra con un niño que quiere meter en un agujero de la playa todo el mar….»Eso es imposible», le dice San Agustín, y entonces el niño le dice «¿y tu quieres meter a Dios dentro de tu cabeza?»
Dios es demasiado complejo y distinto de nosotros, pero San Agustín no se resignó a no entender a Dios. No podemos comprender cómo se puede ser uno solo y al mismo tiempo ser tres distintos, pero quizás sí podemos contemplarlo y «verlo» aunque no sepamos «describirlo»….por eso dice San Agustín que hay una «indigencia extrema en nuestro lenguaje».
Quizás cuando nos faltan palabras, nos sobran acciones.
Esta imagen de terracota es de sor Caritas Müller, una monja dominica del monasterio de Cazis, en suiza. Es el fruto de sus meditaciones sobre la Trinidad.
Podríamos llamarlo la Trinidad de la Misericordia, porque en el centro está el ser humano, que es frágil y está derribado por el peso de la vida. Alrededor hay tres personas…. Uno le abraza, otro le lava los pies y desde el cielo otro desciende sobre él para darle vida, darle ánimo. Tres gestos de misericordia. Los tres círculos nos hablan de las tres personas, iguales en cuanto círculo, distintas en cuanto a la acción. El Padre abraza y acoge todo lo que es la humanidad, también el dolor y el fracaso; el Hijo lava los pies, unge al hombre en los sacramentos y lo alimenta con su gracia; el Espíritu desciende de los cielos hasta el barro de la tierra, por eso es como una paloma que desciende, como un fuego del cielo que tendría que venir a arrasar la tierra pero viene a inflamar la tierra.
¿Y qué puede traer el Espíritu del cielo? Porque hay muchas cosas que el Hijo puede lavar en nosotros y necesitamos el abrazo del Padre en muchas circunstancias. Cuando nos falta alimento o casa, cuando nos arrastra la ira o el egoísmo, cuando nos invade la soledad,…. Si nos fijamos atentamente todas estas enfermedades son síntomas de una enfermedad originaria: la falta de unión. Si hay amistad, amor, compañía,… el hambre o la desnudez no tienen fuerza, la soledad se disipa. Usamos una palabra: Comunión, que no sólo habla de «comulgar el cuerpo de Cristo» sino que se refiere a vivir en esa unión común que es el cuerpo de Cristo.
Así que son tres personas, o mejor tres acciones, el Hijo te da su gracia y su atención, el Padre su abrazo y su amor, el Espíritu te entrega la fuerza de los cielos, la comunión. Y si nos fijamos en la escultura nos daremos cuenta de que también al hombre le surge un círculo como el de Dios.
Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo esté hoy con todos nosotros….(2Cor 13,13)
(¿te has fijado que la cita se parece mucho a 1 Cor 13,13?…¡qué fácil de recordar!)